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LOS ESTEREOTIPOS DE LA POBREZA EN ÁFRICA. HISTORIA DE LUCY

Si nos dijeran que dibujáramos a una mujer pobre, tal y como nos lo han mal enseñado, seguramente dibujaríamos a una mujer sucia, con la ropa rota, y quizás, por qué no, con la cara triste. Gran parte de las veces, acertaríamos, pero otra gran parte, te lo aseguro, se romperían nuestros esquemas y todos esos estereotipos que tenemos de la pobreza en África.

 

Os voy a presentar a Lucy

Lucy tiene 30 años y es profesora en Wazo Huru School, nuestra escuela de Chumvi.

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Cuando Lucy empezó a trabajar en la escuela, todo el rato me preguntaba, «¿cómo es posible que esté siempre tan limpia y guapa?» Consigue conjuntar la ropa cada día, se pone faldas ajustadas, camisas o camisetas con lazos, flores, o cualquier adorno que alegre su presencia. Así que pronto, mi cabeza, la situó en un estatus social por encima de la gente de los alrededores. Pensé que quizás sus padres tendrían un buen trabajo y ella había tenido más oportunidades.

 

Su familia vive en Meru, una ciudad a unos 40km de Chumvi. Cuando se enteró de que buscábamos una profesora, se alquiló una casa más cerca de la escuela. Así, cada mañana, andando una hora y cuarto, llegaría al trabajo.

 

Siempre está sonriendo, y encuentra el lado positivo a todo.

A los niños y niñas de su clase, los llamamos “el grupo de los soñadores”, porque, fíjate si será importante la influencia del profesor, ¡todos son como ella! Esto pasa con las demás clases también, adquieren la energía de su profesora, son como mini-familias. Y en el caso de la clase de Lucy, es tan creativa, tan activa y tan optimista, que cuando entras en la clase, es imposible que algún niño o niña no te cante una canción, no quiera bailar o no tenga alguna pregunta de las que dices “nunca me habría preguntado esto”.

 

Pero conociendo más a Lucy, el primer día que nos invitó a María y a mí a su casa, entendí que ser pobre no significa ir sucio, ni mucho menos perder la dignidad.

Nos adelantamos y llegamos 10 minutos antes. La puerta estaba cerrada, así que nos quedamos esperando. Al poco tiempo, apareció con sus tacones (adora los zapatos de tacón) y el bidón amarillo de agua, de 20 litros en la espalda atado con un pañuelo sujetándolo con la frente.

 

Lucy venía del pozo porque no tiene agua en su casa. Por suerte, en su caso, el pozo solo está a cinco minutos andando. Sudaba y se le notaba que iba cansada, pero en ningún momento dejaba de sonreír “¡No me miréis, que me da vergüenza!” nos decía.

Cuando entramos en su casa, tuve un cortocircuito en mi cabeza. Un cuarto de 3 metros por 3 metros, con una pequeña ventana y un colchón en el suelo. A los pies del colchón tres huevos, cuatro tomates y unos paquetitos de leche. Al lado de la puerta cinco pares de zapatos, y colgado de pared a pared, una cuerda con camisetas y faldas tendidas. Al otro lado de la puerta una bolsa con ropa. Nada más.

 

 

Ni luz, ni agua, ni espejos, ni baño, ni tele, ni si quiera una mesa y una silla. Esa era la casa de Lucy.

“¡¡Bienvenidas a mi palacio!!” Nos dijo. Y nos sentamos en el suelo, mientras nos ofrecía los paquetitos de leche que tenía.

Lucy es pobre. Pero se niega a serlo.

Con 16 años se puso a trabajar sin decírselo a su madre, para poder pagarse los estudios. Ahorró en secreto y gracias a su empeño, consiguió pagarse la secundaria.

 

Actualmente, se está pagando los estudios para tener la titulación de profesora que sea oficial.

Camina una hora y cuarto cada mañana para ir a dar clase, por un camino de tierra y piedras con sus faldas, sus tacones y su energía. Y se distribuye el sueldo de forma que puede comer, dormir en un colchón, y ahorrar para invertir en su sueño: ser una gran profesora.

Ser ejemplo para esas niñas que un día creyeron que por ser pobre, no se puede ser preciosa.

 

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